Artículo:
Tato Herrero
www.revistamono.org
nº7 primavera 2006
La creencia popular, extendida durante el
siglo pasado, de que el progreso solucionaría los inconvenientes que origina
–es decir, la fe en el progreso sustentable- comienza a entrar en crisis cuando
se constata que, como consecuencia de la actividad humana en la senda del
progreso, empiezan a aparecer señales de la existencia de un cambio climático,
cuyas consecuencias impredecibles no podrán solucionarse por los adelantos que
ese progreso procura. Seguramente, en adelante, para que el pequeño planeta Tierra
continúe siendo sustentable, habrá que acudir en su ayuda mediante la exigencia
de sostenibilidad a las acciones emprendidas por el ser humano para su
desarrollo. Por ello, en los albores del tercer milenio, el concepto ‘progreso’
–donde el bienestar social se alcanza por el crecimiento económico- está siendo
sustituido por ‘desarrollo sostenible’ –donde bienestar social y crecimiento
económico deben equilibrarse con la necesidad de preservar los recursos
ambientales para las generaciones futuras.
La actividad humana por excelencia es la
arquitectura. Al hacer arquitectura el hombre se dota del necesario espacio
privado que le convierte en persona, hominizándolo. Pero también del necesario
espacio público que convierte a la persona en ser social, humanizándola. El
hombre necesita la arquitectura para establecerse y entender el mundo. Necesita
transformar el espacio genérico en lugar habitable producido artificialmente.
La arquitectura es inevitable y, como la gran actividad humana actual que es,
deberá ser sostenible. Entiendo arquitectura sostenible, como aquélla que, en
su concepción, ejecución e implementación de tecnologías, contribuye al
perfeccionamiento de la persona en su doble condición de ser consigo (habitar)
y ser con los demás (poblar), de manera compatible con la sustentabilidad del
planeta.
Para hacer arquitectura sostenible, es necesario
contar con un modelo de urbanismo sostenible –al menos a nivel regional-, a
partir del cual definir los distintos instrumentos de planificación urbanística
sostenible –mediante metodologías que permitan la participación ciudadana-.
Sobre esta planificación sostenible, finalmente, se construirán edificios
sostenibles. Para que esto llegue a ocurrir, es preciso transformar el
compromiso que las sociedades con mayor calidad de vida tienen en la actualidad
respecto al progreso, hasta conseguir un nuevo compromiso sincero respecto al
desarrollo sostenible; es el gran reto al que nos enfrentamos y que sólo se
puede abordar desde la educación. Dado el peso que la actividad arquitectónica
tiene en el gran tema del medio ambiente, es imprescindible mejorar la
educación sobre la arquitectura y sus mecanismos de sostenibilidad, desde la
escuela infantil hasta los estudios específicos de la disciplina. Sólo una
sociedad educada en los nuevos valores de la sostenibilidad, con criterio y que
sepa qué debe exigir a su ciudad, a su barrio, a su vivienda, a su lugar de
trabajo, etc para que puedan ser considerados sostenibles, será capaz de
distinguir las liebres de los muchos gatos con los que intentan engatusarle en
este trascendental tema. Sólo técnicos formados en los mecanismos de la
sostenibilidad podrán satisfacer las demandas de esa sociedad.
Mientras llega el momento de que se alcancen las
condiciones para esta ‘revolución sostenible’, la mayoría de los arquitectos
que nos enfrentamos a la construcción de edificios más o menos ambiciosos,
podemos contribuir a la sustentabilidad planetaria procurando que nuestros
proyectos tengan como objetivo una edificación sostenible. De la magnitud de
esa contribución, da idea la noticia de que, con los métodos convencionales, la
construcción y el mantenimiento de los edificios, representan aproximadamente
el 40% de los materiales utilizados, el 33% de la energía consumida y el 50% de
las emisiones y residuos generados. Reducir al máximo estos impactos
medioambientales, es el objetivo de la edificación sostenible.
En esta tarea, el arquitecto tiene que integrar
todos los ingredientes del proceso constructivo para producir un resultado que,
además de calidad arquitectónica, tenga un alto rendimiento ambiental. Para no
engatusar, se empezará por aquellos ingredientes del proceso sin o con pequeños
sobrecostes en el presupuesto de ejecución material (diseño bioclimático,
elección de materiales apropiados, industrialización, ...). Es de sentido común
que sólo después de aplicar estas decisiones, es posible acudir a los
ingredientes que suponen sobrecostes importantes. Actuar al revés, es decir,
añadir costosísimas instalaciones domóticas y de energías renovables a
edificios convencionales es dar gato por liebre. Está demostrado que con un
sobre coste inferior del 5% del coste de construcción, es posible conseguir un
30% de reducción en consumo energético y 50% en emisiones de CO2, siempre que
haya una correcta gestión de los dispositivos bioclimáticos por parte de unos
usuarios sensibilizados.
Pero como hemos visto, la arquitectura es
inevitable y necesaria para el ser humano: la arquitectura produce cultura,
cultura que, a su vez, retroalimenta a la arquitectura. La cultura actual exige
sostenibilidad a la arquitectura. Pero esta sociedad no alcanzará el objetivo
de que el planeta sostenga unas condiciones compatibles con la vida humana, si
es incapaz de corregir el rumbo del capitalismo generalizado que, en su camino
hacia la desmesura y el dominio sin límites, inventa cada día nuevos usos donde
consumir energía. A veces, se inventa el producto antes incluso de que se
produzca su demanda. Luego, la publicidad hace que todo el mundo vea necesario
utilizar el invento. De esta forma, el consumo de energía por persona al día en
el mundo, se multiplicó por cuatro durante el pasado siglo XX, con una
contribución mayor por habitante de los países desarrollados. Transformar
energía para hacer funcionar nuestros inventos, produce emisiones capaces de
provocar un cambio climático de consecuencias imprevisibles. Un compromiso de
solidaridad obliga a los habitantes de los países desarrollados a la contención
en el consumo de energía hasta que todos los habitantes de este pequeño planeta
alcancen el bienestar que gozamos algunos pocos. Reducir el consumo o, al
menos, no aumentarlo debe ser el reto personal de cada uno para transmitir a
las generaciones venideras un medio ambiente en condiciones decentes. Y aquí
vuelve a ser importante la educación.
Miércoles, 10 Mayo, 2006